EL NIÑO Y EL PERRITO - Cuento sobre el Día Universal del Niño y sus Derechos.

 Érase una vez, en un pueblecito muy lejano, un niño llamado Abdhul. Abdhul era un niño huérfano y vivía en la calle. Era educado y muy, muy inteligente, pero nadie le hacía caso cuando pasaba por su lado, cuando pedía algo para comer o beber o cuando pedía ayuda. Era un niño triste y solitario ya que era el único niño del pueblo y los mayores nunca se fijaban en él.

El único momento del día en el que estaba feliz era cuando Félix, un perrito abandonado que se había criado con él en la calle desde que a Abdhul lo abandonaron con 2 años y medio, le llevaba la comida que había conseguido en todo el día.

Félix era un perro grande y peludo. Había cuidado de Abdhul desde el primer día que lo vio en la calle. Lo había adoptado como si fuera su cachorrito y todos los días iba en busca de comida para Abdhul y para él.

Todas las noches dormían en una pequeña casita vieja que había en las afueras del pueblo. Félix se tumbaba, hacía de almohada para Abdhul y lo abrigaba con su pelaje.



Una mañana cálida de invierno, llegó al pueblo una mujer joven, de unos 30 años, vestida muy elegante y a la vez moderna. Llevaba unos zapatos de tacón muy altos, un traje de chaqueta negro con un abrigo de pelo, un collar de perlas y un moño alto. Sus labios eran rojos como las fresas y sus ojos negro azabache.

Esta mujer se llamaba Rocío y era una persona muy adinerada que llegó al pueblecito para llevar a cabo un proyecto que llevaba pensando varios años.

Cuando llegó al pueblo, los habitantes de este le dieron de lado, no querían que la modernidad llegara al pueblo ya que no la conocían y pensaban en ella como si fuese algo realmente malo. Los únicos contentos con su llegada fueron Abdhul y Félix.

Un día, Rocío se dispuso a dar un paseo por el pueblo para conocerlo mejor. Caminando por la calle, se encontró a un niño sucio, con el pelo hecho un nido de pájaros y la ropa medio rota. A su lado iba un perro grande, con cara de simpático, sucio y con su pelo enredado.

Rocío se paró con ellos, les preguntó su nombre y les ofreció ir a comer a su casa. Ellos, un poco asustados, ya que nadie nunca había sido tan amable con ellos, aceptaron la oferta y caminaron con ella hasta que divisaron al final del camino una enorme casa blanca, con muchos ventanales, flores y una enorme puerta de entrada.

Félix y Abdhul se miraron sorprendidos y a la vez felices, ya que iba a ser la primera vez que comieran un plato caliente en una mesa de verdad.

Cuando entraron a la casa se encontraron con una enorme mesa llena de comida de todo tipo. Rocío los invito a sentarse y a comer. Después de comer se sentaron enfrente de la chimenea y Rocío les preguntó por qué estaban así y por qué tenían tanta hambre. Félix miró a Abdhul y éste comenzó a hablar:

-          Vera, señorita Rocío… Mis padres me abandonaron antes de que cumpliera los 3 añitos porque decían que era una carga en la casa y mi amigo Félix nació en la calle. Su mamá era una perrita callejera que murió poco antes de que mis padres me abandonaran. Cuando Félix me vio en la calle no dudó ni un momento en acercarse a mi para ayudarme. Desde entonces no nos hemos separado. Félix me cuida y yo lo cuido a él, ya que nadie más lo hace.

Rocío, muy decepcionada, les pregunto:

-          ¿Es que ningún vecino de este pueblo os ayuda? ¿Nadie os da de comer? ¿Nadie os ofrece cobijo?

Abdhul comenzó a llorar. En ese mismo momento Rocío fue a abrazarlo y Félix se unió a ese abrazo.

Cuando ya se calmó, Rocío les dijo:

-          Vamos a hacer una cosa. Vais a ducharos, os pondréis ropa nueva y os instalaréis en mi casa. Hay muchas habitaciones y yo vivo sola. Podéis elegir la habitación que queráis. Siempre que tengáis hambre, solo tenéis que bajar a la comida a por algo de comer. Esta tarde iremos a la peluquería y a comprarte algo de ropa Abdhul. A ti, Félix, te daremos una buena ducha con un suavizante que te dejará limpito y sedoso, serás la envidia del pueblo. Nunca más os faltará de nada.

Abdhul y Félix se pusieron muy felices y comenzaron a saltar de la alegría. Le dieron las gracias a Rocío y subieron a la planta de arriba para ducharse.



Después de ducharse, Rocío les dijo que les tenía preparada una sorpresa y se marcharon de la casa rumbo a la plaza del pueblo donde Rocío había citado a todos los vecinos. Una vez allí comenzó a hablarles a todos ellos.

-          Hoy, día 20 de noviembre de 1959, yo, Rocío, adopto a Félix y a Abdhul como miembros de mi familia ya que nadie se ha dignado a darles un techo, ni comida ni amor.

Me parece totalmente inaceptable que nadie nunca se haya puesto en la piel de estos dos seres tan maravillosos, que nadie se haya acercado a ellos para conocer lo buenos y simpáticos que son y que nadie nunca les haya dado el cariño que se merecen.

Son pequeños todavía, pero estoy segura de que llegarán a ser muy grandes, pues en esos cuerpos tan pequeñitos se esconden unos enormes corazones.

Estáis a tiempo de aceptarlos como lo que son, una persona y un animal fantásticos y que, al igual que vosotros merecen ser felices.

Merecen un techo.

Merecen comida.

Merecen tener una vida digna.

Merecen tener a alguien que cuide de ellos y los quiera.

Merecen protección.

Merecen todo lo que vosotros tanto tenéis y no habéis consentido compartir con ellos. Espero que esto os haga recapacitar y arrepentiros de haber sido tan mezquinos.

El pueblo entero se echó a llorar arrepentidos de todo lo que podían haber hecho por ellos y no habían hecho. Se pusieron en los zapatos de Abdhul y Félix y se sintieron muy mal.

De repente, todos fueron avergonzados a los pies de los dos amigos para pedirles perdón a pesar de que todos pensaban que ni Abdhul ni Félix podrían perdonarlos nunca. Pero se llevaron una grata sorpresa.

Tenían una bondad tan grande que fueron abrazando uno a uno a los vecinos que tan mal los habían tratado y estos se quedaron asombrados. Fue ahí cuando los vecinos se dieron cuenta de lo mucho que habían perdido habiendo pasado de ellos tantos años.

Finalmente, los vecinos del pueblo aceptaron a Rocío, a Abdhul y a Félix como unos ciudadanos más de aquel pequeño pueblecito y siempre se ayudaron los unos a los otros.



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